LA PUERTA

Se encontraba ante el símbolo de la verdad absoluta. Había luchado mucho hasta llegar a aquella puerta. Una vez dentro, tendría derecho a formular una sola pregunta y obtendría una respuesta irrevocable. Debía girar el pomo tres veces para abrirla. Creía tener clara la pregunta, pero, al tocar el cobre del pomo, la duda se arremolinó en su garganta, secando cada una de las palabras que iba a pronunciar hasta convertirlas en grietas.

Giró una vez el pomo. Siempre le había dado miedo el futuro, que sus expectativas no se cumplieran; por eso, le pareció la cuestión más importante. Sin embargo, había comprendido a lo largo del camino que quizá el futuro tenía más que ver con el pasado. Creyera o no que el tiempo era cíclico, tenía sentido que lo que la había definido en el pasado, marcara su futuro. Además, si su destino ya estaba fijado, se habría determinado desde el comienzo de su vida, no al final; por lo que las respuestas deberían estar al principio.

Giró una segunda vez el pomo. Pero su pasado ya lo conocía. No debería malgastar la pregunta revolviendo recuerdos. Su corazón le empezó a latir con fuerza, como si fuera algo más que nervios, como si quisiera que notara su presencia en el pecho. Todas las decisiones importantes, se toman con el corazón. Tal vez debería preguntar sobre el amor, aunque siempre lo había considerado veneno en una botella de lujo. Le atraía, tan perfecto y singular, para después desvivirla sin compasión, siendo ella la única responsable. No, prefería no saberlo, puesto que una vez obtuviera la respuesta, ni aun dejando de beber lo lograría esquivar.

Giró una tercera vez el pomo. Había pasado por todo aquello porque quería lograr muchas cosas. A lo mejor, lo más pertinente sería saber cuánto tiempo le quedaba. La muerte podía ser inoportuna, aunque le hubiera dado toda una vida de ventaja para alcanzarla. No obstante, no podría vivir con un marcador de cuenta atrás, pues cada tic tac se le clavaría como flecha tras otra hasta dejarla de rodillas, esperando a lo inevitable.

La puerta se abrió. Dio un paso hacia delante. Sintió que el aire de dentro era diferente, como si el tiempo se contuviera en un susurro. Apretó los puños y frunció el ceño. Si todo ya estaba predeterminado y obtenía una resolución indeseada, no sería capaz de cambiar su destino.

El silencio se alargó.

Soltó el aire y abrió los puños.

Comprendió que no podía preguntar nada, porque con la respuesta dejaría de ser libre.

Salió y cerró la puerta. Si se equivocaba, al menos sabría que había sido ella quien había elegido equivocarse.

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